Traffic Light

Saber querer a los amigos, demostrarlo con abrazos…

En el libro Battle Hymn of The Tiger Mother, la profesora de la Universidad de Yale (de etnia Chino-Americana) Amy Chua nos explica magistralmente porqué los niños y niñas chinas que viven en USA no solo sufren un mejor fracaso escolar sino que alcanzan las mejores calificaciones y copan los primeros puestos en universidades como Harvard, Oxford, M.I.T, … sostiene que el sistema de educación occidental es demasiado permisivo, dedica demasiado tiempo a la socialización y al deporte en equipo dejando que los niños decidan según sus cortas luces y mermando la autoridad de sus padres. En las familias chinas el niño tiene poco que opinar y un fracaso escolar se achaca directamente a la mala gestión de sus padres que dedican diez veces más de su tiempo a controlar la educación de sus vástagos que un americano occidental medio.

Comentando ayer algunos párrafos con mi hija mayor (está cursando tercero de Lengua Inglesa en la UMA) alucinábamos del atroz control que desde nuestros parámetros se le infringe a los infantes chinos. Decía Raquel, pero… ¿y su felicidad? y yo intentaba como padre defender a la Sra.Chua rebatiendo con un “no se es más feliz haciendo lo que uno quiere y es un mito que los niños sean felices”. Pero confieso que conforme avanzaba en la lectura, el sentido de competitividad asiático de la educación me echaba para atrás por muy buenos resultados que arroje en cifras. El libro no obstante es muy interesante y no deja de ser un buen tirón de orejas a un modelo que prima la “felicidad” sobre el esfuerzo y que está generando un retraso eterno en la maduración de muchos jóvenes en Europa y America.

No estuve yo educado en el modelo chino, no fui un estudiante modelo y sin embargo lo bueno que pueda haber en mí, se lo debo a mis maestros, mis padres, y buenos amigos que me dijeron las verdades del barquero en lugar de echarme loas y llevarme de botellón y recordando, recordando, escribí esto.

Ese día maldije yo, la poca atención prestada a las clases de mi profesor de inglés “El Zruspa” (el malo de Naranjito). El Zruspa no te ponía un cero, te ponía un -1. En ese instante, estaba yo con la Santa de mi Madre en la cocina de la casa. Mi padre al que en Eones podré agradecer lo que tuvo que aguantar en mi adolescencia decidió en un rapto de genialidad que la solución educativa y conductual de su hijo se encontraba en Inglaterra. Un par de semanas antes me anuncio que me iba a Oxford por un periodo mínimo de seis meses no negociables.

Mi madre había llamado a mis caseros ingleses y entonces averiguamos que la escuela se encontraba en un pueblito de Oxfordshire que se llamaba Wheatley, algo así como si te mandan a Málaga y acabas en Moclinejo. Mi progenitor, que bien conocía mi indudable capacidad de socialización con los más diversos estamentos de la vida lúdica festiva decidió coherentemente que un pueblo pequeño y sin ninguna distracción era lo más conveniente para mi concentración.

La Rubia de Marbella…. que espíritu

– Traffic Light? Pregunté a mi madre.

– Si Toon, significa semáforo. Cuando llegues al aeropuerto de Heathrow, tienes que buscar un bus que te lleve a Oxford y cuando llegues, tomar el bus U1 hasta llegar a Wheatley. Decirle al conductor que te pare en el semáforo y allí habrá una cabina de teléfono desde donde llamas al señor White y esperar a que te recoja.

– ¿Como se decía semáforo?

– Mejor te lo apunto en un papel.

Cuando entré en casa de Mr. & Mrs. White, tras una llamada a casa. Mis caseros, un matrimonio de jubilados se dispusieron a prepararme la cena….

Bien es cierto que durante mi bachillerato puse poca atención a las clases de inglés del Zruspa pero cuando acabé la cena, tenía más hambre que cuando la empecé e inmediatamente vino a mi mente la clase de Literatura de mi querida profesora Amelia, concretamente aquel día en que leímos del Lazarillo de Tormes: a cabo de tres semanas que estuve con él, vine a tanta flaqueza que no me podía tener en las piernas de pura hambre.

En el desayuno, mis temores se confirmaron y mientras Mr. White me vendía con un intachable acento inglés las delicias del Té y de las tostadas con mantequilla, me preguntaba yo cómo de misteriosa es la naturaleza que lo que a mí me menguaba a él y a su señora engordaba y busqué en mis recuerdos de las clases de ciencias naturales de mi apreciado profesor D. Alberto si las leyes de Darwin pudieran decir algo al respecto y la raza británica sacará mayor aprovechamiento calórico de la tostada que la hispánica o por el contrario como yo maliciosamente sospechaba, a la par de salir yo en dirección a la escuela, aparecían en la mesa de mis frugales caseros: huevos fritos, bacón y baked beans por doquier.

Estación de Tren de Arezzo (Toscana)

Como quiera que fuera, el almuerzo, no estaba incluido y todo mi capital para los seis meses, eran 30 libras. En un pub cercano, había una oferta: Pizza y Coca Cola a 3 libras. Rememorando a María José mi profesora de matemáticas, barruntaba yo que dentro de diez días tendría un serio problema.

Pero diez días son una eternidad cuando se es un chaval y a pesar de la prioridad del sustento había otro tema que acuciaría a cualquier muchacho joven y era el enclaustramiento en el “Moclinejo británico”. Oxford se encontraba solo a 30 minutos en bus público. Un paraíso donde mis compañeros de escuela iban por las tardes a patinar sobre hielo, a pelar la pava, de compras, etc. Un edén prohibitivo dado mi presupuesto y de repente a vi; arrumbada contra un muro del jardín de la escuela se encontraba una bicicleta de carreras oxidada, con la cadena partida y las ruedas pinchadas. Peter el director de la escuela era un hombre agradable y creo que albergaba franca sospecha que yo padecía algún tipo de autismo ya que, en la primera semana, mis conversaciones en clase no pasaban de monosílabos. Y de repente rojo como un tomate, pronuncié mis primeras frases ya que bien dice el refrán popular: “la precisa tiene un pincho”

– I saw a bicycle in the garden.

– Yes, it was left by a japanese student.

– May I use it?

– If you are able to fix it…of course.

Mr. White, mi casero, tenía la buena costumbre de amenizar nuestras frugales cenas, contándome todas sus batallas. En especial su antiguo trabajo en la fábrica de automóviles Rover así que cuando me vio arrastrando la roñosa bici hasta su casa volcó toda su experiencia en ella y la dejó como nueva. Al facilitarme la posibilidad de desplazarme hizo que de un plumazo casi olvidara el hambre que me hacía pasar y le diera una catalogación de triple AAA. Ese gesto, ni siquiera se vio empañado por su sana advertencia para que en lugar de ducharme diariamente pensara hacerlo semanalmente.

Ya con la bicicleta operativa mi mente voló a otro de mis profesores, al bueno de Walter, el profesor de educación física que se desgañitaba para que abandonara los malos hábitos e hiciera deporte. Pues tuvo que ser en Inglaterra donde practiqué deporte amigo Walter, ni Indurain se me comparaba y entre el pedal y la dieta puedo asegurar que ni una libra de grasa se encontraba en mi cuerpo.

En transporte no gastaba no, pero en cervecitas… y se acabó el presupuesto y entonces encontré la solución. La escuela disponía de una pequeña cocina para hacerse un sandwich o prepararse un té. La mayoría de mis compañeros eran japoneses y disponían de un presupuesto amplio, así que cuando estábamos en el recreo les propuse cocinar el sábado una paella. Aceptaron entusiasmados y tras cobrarle a 20 de ellos una cantidad bastante aceptable, me fui al supermercado y compré aquello que entendía yo que eran los componentes de una paella…

El lunes Peter el director, me llamó a su despacho. La primera lección que aprendí entre esas cuatro paredes es que cuando un británico comienza su exposición con un: to be honest, puedes darte por jod.. Llegué a añorar las broncas de mi directora del León XIII Doña Luisa, porque la ironía inglesa es sencillamente genial, admirable y el idioma inglés es amplísimo para poner a alguien en su sitio. Si, por ejemplo, una madre en España, ¡zapatilla en ristre te gritaba “No hagas eso” la madre inglesa te espeta un DONT DO THAT! Y yo no sé si la cacofonía ayuda, pero suena mucho más contundente. Pero D. Peter no subió su tono de voz, ni en sus palabras se podía pensar que estuviera enfadado conmigo.

– Señor Espinosa, obviando los peyorativos comentarios gastronómicos de sus compañeros hacia su paella, creo que no será necesario recordarle a Vd. que la habitación del Té es precisamente para eso, para tomar Té.

– Por otro lado, la noche anterior, le observé mientras se encontraba vd. en el Pub del pueblo y he podido comprobar que su locuacidad y expresión en lengua inglesa mejora ampliamente cuando ingiere Vd. un par de cervezas y le sugiero que continúe con esa costumbre. Por favor cierre la puerta al salir.

El pub fue mi salvación, tras diez días seguidos comiendo la oferta de pizza y coca cola, la camarera brasileña que me atendía se atrevió a sugerirme que había otras cosas más saludables en el menú. Le contesté que mi presupuesto, aunque mejorado gracias sobre todo a los pingues beneficios de mi única aventura en la restauración (los japoneses estuvieron echándome el tema de la paella en cara durante semanas tanto que consideré hacerme el harakiri frente a ellos) no me permitía elegir la opción del filete. Así que me contrataron los fines de semana para fregar vasos y un largo etc. Continuara….

Gracias a mis viajes he podido rodearme de personas que son enciclopedias vivientes de la vida.